La comunicación es un acto y proceso cotidiano que, pese a su relevancia, ha sido dejada de lado dentro de la preeminencia del proceso social como tal. Comunicarse mencionan los expertos, es un asunto que tiene que ver necesariamente con el intercambio de información entre personas, pero, por sobre todo, refiere sobre esa retroalimentación indispensable, muy dejada de lado por mucho tiempo hasta las teorías innovadoras de Harold Laswell.
Hoy en día, la globalización comprende un vínculo simple y mundial que une a las personas sin importar su localización, pero que ha obviado un aspecto clave dentro de la misma, y que ha descuidado ante todo ese acercamiento natural que procede del elemento comunicarse. Y tras este fenómeno, las personas pese a las facilidades de encontrarse en mundos virtuales, se han desconectado de los lazos sociales que creaban los encuentros “cara a cara” tradicionales.
Y por tal, los medios de comunicación masiva son protagonistas dentro de estas sociedades de la información, donde masas sin rostro pertenecen a un orden mundial marcado por la agenda periodística que imponen los dueños de los mass media, y viven en realidades verosímiles creadas por expertos publicitarios que venden entornos únicos cargados de consumismo e impersonalidad en la información. Donde el público representa las necesidades del creer en algo inexistente y luchar por un objetivo utópico.
El estado ecuatoriano por su parte, no se ve excluido de tales premisas y se encuentra en una encrucijada, entre lo que se vende como cierto, entre los sucesos diarios que se informan en los medios de prensa; y entre lo que se vive en las calles y sufre la ciudadanía. La situación compleja que vive la comunicación no es solo una problemática local o nacional, sino una que traspasa toda clase de fronteras. La intromisión de los medios de información (que es lo que son en realidad) dentro de los ámbitos públicos y las tendencias ideológicas convergen dentro de una crisis económica y social permanente dentro de nuestro país que, pese a los innumerables rostros políticos, no ha encontrado solución y el quebrantamiento entre sujetos distintos, se ha convertido en un enfrentamiento total.
Sin embargo, la situación lamentable que tiene lugar debido al contexto en cuestión, es una vil incertidumbre que ha tomado vigencia dentro de los últimos años en la sociedad ecuatoriana donde las posturas y tendencias son poco identificables, y las elecciones ideológicas (además de los análisis pertinentes que van de la mano) se hacen cada vez más difíciles de lograr. Los discursos políticos siguen cargados de populismo y propuestas imposibles dentro de la lógica nacional, pero que, de una u otra forma, así sea por la necesidad de creer en una solución, se convierten en frases convincentes que atraen nuestra atención, y por supuesto, nuestros votos. La mayoría de la población cae en las trampas de estrategias de guerra comunes donde el opositor se debilita con nuestros ataques, y el espacio público copa los medios de difusión. Incertidumbre total del qué sucederá, del futuro, del trabajo, del dinero… del mañana. Proyectos y leyes que son tramitados a diario y que, en ocasiones, ni siquiera son de conocimiento del 50% de los mandantes. Entonces, ¿dónde está la comunicación?
Hoy en día, la globalización comprende un vínculo simple y mundial que une a las personas sin importar su localización, pero que ha obviado un aspecto clave dentro de la misma, y que ha descuidado ante todo ese acercamiento natural que procede del elemento comunicarse. Y tras este fenómeno, las personas pese a las facilidades de encontrarse en mundos virtuales, se han desconectado de los lazos sociales que creaban los encuentros “cara a cara” tradicionales.
Y por tal, los medios de comunicación masiva son protagonistas dentro de estas sociedades de la información, donde masas sin rostro pertenecen a un orden mundial marcado por la agenda periodística que imponen los dueños de los mass media, y viven en realidades verosímiles creadas por expertos publicitarios que venden entornos únicos cargados de consumismo e impersonalidad en la información. Donde el público representa las necesidades del creer en algo inexistente y luchar por un objetivo utópico.
El estado ecuatoriano por su parte, no se ve excluido de tales premisas y se encuentra en una encrucijada, entre lo que se vende como cierto, entre los sucesos diarios que se informan en los medios de prensa; y entre lo que se vive en las calles y sufre la ciudadanía. La situación compleja que vive la comunicación no es solo una problemática local o nacional, sino una que traspasa toda clase de fronteras. La intromisión de los medios de información (que es lo que son en realidad) dentro de los ámbitos públicos y las tendencias ideológicas convergen dentro de una crisis económica y social permanente dentro de nuestro país que, pese a los innumerables rostros políticos, no ha encontrado solución y el quebrantamiento entre sujetos distintos, se ha convertido en un enfrentamiento total.
Sin embargo, la situación lamentable que tiene lugar debido al contexto en cuestión, es una vil incertidumbre que ha tomado vigencia dentro de los últimos años en la sociedad ecuatoriana donde las posturas y tendencias son poco identificables, y las elecciones ideológicas (además de los análisis pertinentes que van de la mano) se hacen cada vez más difíciles de lograr. Los discursos políticos siguen cargados de populismo y propuestas imposibles dentro de la lógica nacional, pero que, de una u otra forma, así sea por la necesidad de creer en una solución, se convierten en frases convincentes que atraen nuestra atención, y por supuesto, nuestros votos. La mayoría de la población cae en las trampas de estrategias de guerra comunes donde el opositor se debilita con nuestros ataques, y el espacio público copa los medios de difusión. Incertidumbre total del qué sucederá, del futuro, del trabajo, del dinero… del mañana. Proyectos y leyes que son tramitados a diario y que, en ocasiones, ni siquiera son de conocimiento del 50% de los mandantes. Entonces, ¿dónde está la comunicación?
Por: Soledad Rodriguez